Espacios. Vol. 22 (2) 2.001


Editorial

U
no de los mecanismos que se ha venido utilizando en Latinoamérica para estimular la creación de pequeñas y medianas empresas innovadoras con aspiraciones a competir globalmente, son las llamadas incubadoras de empresas de base tecnológica.

Se ha entendido que la función de estas nuevas organizaciones es la de actuar como puentes entre las universidades y centros de investigación con el sector productivo, favoreciendo así las condiciones de transferencia del conocimiento generado en los centros académicos y de investigación a las empresas, originando con ello innovaciones, nuevos productos y servicios. Además, las incubadoras tienen como función específica poner a disposición de los nuevos empresarios “emprendedores” técnicas gerenciales que aumenten sus posibilidades de éxito.

No obstante, como lo señalan Almario y Vasconcellos, en el trabajo que se incluye en este número, diversos estudios acerca del desempeño de las incubadores reportan que en muchos casos la asesoría gerencial no es ofrecida por las incubadoras o en su defecto si ésta es ofrecida, los noveles empresarios, por desconocimiento, no tienen la oportunidad de aprovecharlas adecuada y eficientemente, indicándonos que en general enfrentan mayores dificultades en el marketing y la penetración de mercados que en las actividades de tipo tecnológico.

Diversas son las modalidades de operación de estas organizaciones y variadas las instituciones promotoras de dichas iniciativas. En esta dirección, el trabajo de Mariana Versino, que abre este número de Espacios, indaga sobre como se suponen que son y como son en realidad, en el caso argentino, las incubadoras de empresas de base tecnológica. Se pregunta Versino, si son acaso un nuevo modo de producir conocimiento o la estructuración de un nuevo contrato social entre gobierno, universidades y empresas, o sólo una manifestación empírica de conceptos analíticos como el de “Sistema Nacional de Innovación”, lo cual, como alguien podría advertir, es más un postulado teórico que una realidad en el contexto productivo latinoamericano.

Lo cierto es que en Argentina, en Venezuela, y nos atrevemos a decir, en el resto de Latinoamérica, esperamos aún por los prometedores resultados de este novedoso mecanismo de vinculación y creación de empresas innovadoras. Mientras tanto, como sostiene Versino, seguimos escuchando que la ausencia de una cultura emprendedora es la causa fundamental y “razón última” para explicar los fracasos y para dar cuenta de las dificultades que enfrentan las incubadoras al actuar en el ámbito local; persistiendo la permanente necesidad de”legitimar” sus acciones con la mirada puesta sobre lo micro y sobre una particular visión lineal del proceso de innovación, imposibilitados de identificar otras necesidades que no sean, estrictamente, las del mercado o de otras soluciones que no sean las aportadas por iniciativas individuales.

Estamos persuadidos de que aún permanece abierta la discusión sobre la viabilidad de los diversos modelos de incubadoras que están en marcha en nuestros países y sobre la necesidad de amplios estudios comparativos y la identificación de las mejores prácticas a seguir en función de las particulares realidades en las que ellas operan. Las páginas de la revista ESPACIOS están a la disposición para divulgar estos inaplazables análisis.

El Editor


Vol. 22 (2) 2.001
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