Espacios. Vol. 25 (2) 2004


Editorial

¿C

uál es la contribución de las actividades de ciencia y tecnología (CyT) al desarrollo económico y social, a la producción de bienes y servicios? ¿En qué áreas y cuanto debe invertirse?¿ Cómo conocer y estimular la oferta (y también la demanda) de CyT en la búsqueda de lograr satisfacer las necesidades básicas y productivas de la sociedad y, en definitiva, contribuir a mejorar las condiciones y calidad de vida de los ciudadanos? Estas son algunas de las preguntas que rondan a los gobiernos latinoamericanos y cuyas respuestas intentan construir con herramientas que en algunos casos han resultado poco adecuadas.
En los últimos veinte años se han realizado importantes esfuerzos en el sentido de desarrollar metodologías apropiadas para el diseño de indicadores de CyT, útiles para delinear y evaluar resultados de políticas públicas. Expresión de estos esfuerzos ha sido el trabajo realizado por la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT). Gracias a ellos, hoy en día existe el convencimiento y la necesidad de ir más allá de los indicadores convencionales de insumos (oferta) y avanzar en la comprensión y medición de las capacidades científicas y tecnológicas específicas que den cuenta de la naturaleza, dinámica y magnitud de dichas actividades de CyT a nivel local y, particularmente, del estudio de los procesos de innovación tecnológica (cuándo, donde y cómo se lleva adelante la innovación) orientados al diseño y uso de indicadores basados en productos y en las interrelaciones tangibles propias de estos procesos sociales.
No obstante, la orientación de estos esfuerzos ha oscilado entre dos tendencias o supuestos falsamente contrapuestos, por un lado, los que impone el paradigma de las economías competitivas que buscan poner la atención en los procesos de innovación y en los intentos de caracterización de los diversos modelos de incorporación del conocimiento a la actividad productiva y, por el otro lado, aquellos que, presionados por los graves problemas sociales (pobreza) y por los escasos recursos asignados a la CyT, los conducen a la necesidad de examinar criterios que permitan avaluar exclusivamente sus resultados en términos de impacto social.
Al parecer, se impone un esfuerzo adicional de reflexión y análisis para la definición y uso de indicadores de CyT capaces de conjugar ambas aproximaciones y de medir e informar adecuadamente acerca de nuestras realidades, teniendo muy presente, ya no sólo, la falta de articulación y limitaciones de las actividades de CyT en nuestros países, sus débiles vínculos entre la I&D y el sistema educativo y, entre estos y el sector productivo, sino también sobre el papel del Estado como promotor y articulador de estas interacciones. Por lo tanto, a la hora de definir indicadores de CyT habrá que tener especial cuidado en “no contar peras con manzanas” o, peor aún, caer en la tentación de “cortar de raíz el Olmo porque no produce peras”. El reto de lograr sistemas de indicadores de CyT apropiados esta presente... y las luces de alarma también.

El Editor


Vol. 25 (2) 2004
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