Espacios. Vol. 9 (1) 1988. Pág 11

Nuevas tecnologías: Oportunidad y reto para Venezuela

C. E. Machado Allison (Instituto de Ingeniería)


RESUMEN:
En este trabajo se presenta una síntesis de las opiniones surgidas tanto en Venezuela como en el exterior, en cuanto a la aplicación de nuevas tecnologías en países en vías de desarrollo como alternativa para frenar los graves problemas sociales y económicos que agobian al tercer mundo. Se explica porque Venezuela es un país privilegiado puesto que cuenta con recursos humanos calificados, renta petrolera básica, parque industrial incipiente, universidades y centros de investigación, entre otros recursos, que con la aplicación de las nuevas tecnologías ofrecen una oportunidad histórica que se debe aprovechar y un gran reto sobre nuestro futuro como país independiente.


Venezuela, como otros países del llamado “tercer mundo”, no tuvo la oportunidad histórica de incorporarse y recibir los beneficios de los mejores momentos de la llamada era industrial. Jugamos el papel de proveedores de materias primas y hemos sido clientes ávidos de productos manufacturados durante buena parte de nuestra vida independiente. Luego, cuando decidimos incorporarnos al mundo industrial, al amparo de la ilusoria afluencia que nos otorgó el petróleo y otras materias primas, lo hicimos de tal suerte que el resultado fue una amplia deuda externa, un parque industrial de cierta magnitud mal integrado, una agricultura de baja productividad, algunos millonarios y varios millones de habitantes viviendo en la marginalidad. Más progresó el país en los años precedentes al “boom” petrolero que durante el breve lapso donde abundaron las divisas y escasearon las ideas.

Si aceptamos las ideas de Freeman y sus colaboradores (1), Pérez (2) y otros expertos, legítimos herederos y analistas de la teoría general de los ciclos económicos desarrollada par Kondratiev, Schumpeter y otros autores, el planeta en recesión se encuentra en el umbral de un nuevo período de progreso y expansión económica, la llamada era post industrial. Mientras tanto los principios económicos clásicos, desde Marx hasta Keynes, están siendo sacudidos y cuestionados en un mundo de incertidumbre global sobre el futuro del planeta.

La alternativa de un nuevo período de progreso económico consecuencia de la expansión de las fronteras del conocimiento (3), debe encontrarnos abiertos a nuevos conceptos y nuevos valores.

Actualmente nos encontramos básicamente sumidos en una sensación de impotencia, víctima del poder burocrático y de la centralización, obscuros poderes que algunos asocian a la industrialización y otros, en el entorno latinoamericano, vinculan con la evolución de nuestros sistemas políticos (Rey 4). En todo caso una nueva visión de nuestro futuro social y político se va perfilando tenuemente, visión que cuestiona las ideas previas de progreso y evolución social, que mira a la naturaleza como un conjunto de bienes y servicios esencialmente no renovables y desprovistos de infinitud con la cual previamente la concebimos. Visión que admite la inevitable coexistencia y persistencia de diversidad en el desarrollo y la presencia de modelos económicos contrastantes y no necesariamente copiables.

También es necesario aceptar que no hay preguntas sencillas que plantear, ni respuestas simples a las grandes interrogantes de un mundo interdependiente y pleno de complejas interacciones entre países muy diversos. Nada tiene de extraño frente a cambios tan profundos en las reglas de juego, el sentirnos simples peones en un ajedrez de poderosos.

Pero estas angustias deben concluir en posiciones optimistas y positivas, en proposiciones concretas que iluminen la apertura de nuevas opciones, retos y oportunidades para nuestros pueblos. Hay ahora ejemplos alentadores y pequeños países, destruidos y empobrecidos por guerras y migraciones tres décadas atrás, construyen sólidas economías y elevan el nivel y la calidad de la vida de sus poblaciones.

Un juego de alternativas es el asociado a las “nuevas tecnologías”, designación genérica de formas del conocimiento aplicado de la física y la biología que cubren un espectro tan amplio como el que separa la cerveza de la electrónica y el queso de las celdas fotovoltaicas. Nuevas tecnologías aún abiertas a nuevos y heterogéneos desarrollos y por consiguiente al alcance de quienes se propongan dominarlas; nuevas tecnologías que esencialmente significan control y supervisión, orientación a inducción de procesos industriales y de fenómenos biológicos. En uno y otro caso, tecnologías que se superponen y pueden dirigir a las tecnologías maduras, a las formas de producción y eventualmente a los sistemas económicos que albergan todo lo anterior. Estas nuevas tecnologías al ser adecuadamente explotadas pueden hacer más angosta la “brecha tecnológica” y por consiguiente representan una nueva oportunidad histórica que no debemos desaprovechar. La gran diferencia entre la era precedente y la que ahora se inicia, es que la revolución industrial nos encontró siendo aún colonias de las grandes potencias europeas y la misma se desarrolló sobre la base de preservar nuestro papel de proveedores de materias primas y compradores de productos elaborados. Ahora poseemos un grado mayor de independencia, más y mejores recursos humanos y hasta una incipiente infraestructura que nos abre un fértil terreno de maniobra.

Pero, cuánto hay de cierto en que las nuevas tecnologías constituyen una opción de progreso para nuestros países? Coincidimos con autores, como Licha y Balderrama (5) que consideran que la simple importación de nuevos modelos tecnológicos no nos va a conducir automáticamente al desarrollo que aspiramos. Pero igualmente debemos aceptar, en la más neutral de las posiciones, que el no dominar esas tecnologías tampoco va a contribuir en lo más mínimo a ese desarrollo. Parecería importante ponerse de acuerdo sobre eso que llamamos “desarrollo”, sin embargo excepción hecha de aquellos lectores que hayan abrazado la tesis del retorno a la vida pastoril como paradigma de la felicidad, debemos admitir que todos los demás contemplarán una mayor inserción de la ciencia y la tecnología en el quehacer cotidiano del futuro.

Cabe aún la pregunta si realmente existe una opción real para incorporarnos a la revolución industrial que se inició en el siglo XVII. Si aún podemos mantener vivas las ideas clásicas sobre substitución de importaciones, desarrollo de industrias básicas, producción en serie y otras características de esa revolución. Veamos pues cómo somos vistos por los expertos internacionales de ONUDI (6) en la última década. Así, y entre otros indicadores, la participación de los países en vías de desarrollo en el Valor Agregado Industrial del Planeta se ubicó en apenas 11,6 0/o en 1984, porcentaje apenas 2 0/o superior al de una década atrás y en franco declive en 43 de los 95 países clasificados como en “vías de desarrollo”. Entre los países donde declinó el Valor Agregado Industrial están casi todas las naciones de “Ingreso intermedio” como Argentina, Brasil, Chile, México y Venezuela. El incremento en el VAI parece entonces más ajustado a la diferencia entre las tasas de incremento poblacional de los países del tercer mundo y aquellos desarrollados, que producto de algún progreso real en este particular.

Por otra parte ha sido señalado (6) que la interdependencia, fundamentalmente las transacciones internacionales de manufacturas, ha aumentado en las últi≠mas dos décadas. Resulta que tampoco estamos participando muy activamente en los indicadores de interdependencia cuando observamos que entre 1975 y 1984 el 70 0/o de las transacciones se efectuaron entre países desarrollados y el 50 % de las mismas apenas entre los 12 países más ricos del mundo. Para 1963 (ONUDI 6) la contribu≠ción de Venezuela al VAI de los países en desarrollo fue del 3,8 0/o; diez años más tarde el mismo se redujo al 3,1 % y para 1981 (última cifras disponibles) alcanzó menos del 2,5 0/o. Tres países, Brasil, India y México preservaron su liderazgo en el mundo del subdesarrollo sumando entre ellos cerca del 45 % del VAI, pero sin cambios significativos en los últimos 20 años. Por el contrario Corea del Sur, que no figuraba en las estadísticas de 1936, ocupa para 1973 el décimo lugar (2,85 0/o del VAI) y alcanza en 1981 el cuarto (4,86 0/o ) con la mayor tasa interanual de crecimiento y sólo precedido por las grandes naciones en desarrollo. ¿Refleja este resultado las características de las políticas tecnológicas aplicadas? La mayor parte de los países “inter≠medios” en su ingreso muestran en esta década una balanza fuertemente negativa entre la importación y la exportación de manufacturas. En nuestro país el déficit ha evolucionado de 613 millones de Mares hace 15 años a 7.826 millones en 1981, déficit que explica tanto nuestra cuantiosa deuda externa como las dificultades para cancelarla. Corea del Sur, importador neto de manufacturas en 1970 con un déficit de 705 millones, alcanza en 1981 una balanza favorable en el comercio de manufacturas en el orden de 1.350 millones de dólares. ¿Tal resultado está asociado a las nuevas tecnologías y la inversión en investigación y desarrollo tecnológico? En ambos casos la respuesta parece ser afirmativa.

Aunque es esperable que un país que aspire a la industrialización sea al comienzo un importador neto de bienes de capital (Chudnovsky y colaboradores 7), la inversión del proceso, es decir, la exportación de bienes elaborados y un superávit en la balanza comercial no parece llegar en la mayoría de ellos. En síntesis, los países en vías de desarrollo parecen haber llegado tarde a la revolución industrial y los modelos “clásicos” no parecen ir a ninguna parte salvo contadas excepciones donde nuevas tecnologías, investigación y desarrollo tecnológico parecen reducir la brecha y abrir una nueva alternativa.

La satisfacción de la demanda interna en bienes de capital y otras manufacturas en estos países ha sido realizada a través de la compra o alquiler de marcas, patentes y licencias y fórmulas como el CKD (Completely Knocked Down Kits) que definen un panorama de trabajo manual intensivo, escasa tecnología local, alto costo y, frecuentemente, baja calidad. De allí las dificultades pare acceder a los mercados internacionales y participar en el fenómeno de la interdependencia. Sólo cuando un país domina la tecnología, abarata los costos y eleva la calidad del producto resulta admitido en el selecto club de la interdependencia.

La mayor parte de nuestros países se han agotado tratando de definir estrategias particulares para incorporarse a la era industrial. Esfuerzos básicamente centrados en medidas financieras, decretos, leyes y normas que pretenden incrementar el valor agregado nacional. El resultado es frecuentemente graves contradicciones entre las políticas nacionales y las tendencias internacionales; entre el pasado y el futuro. Así intentamos reducir marcas y productos como una vía para controlar costos y acceder a la tecnología . Buscamos uniformidad cuando las tendencias universales apuntan hacia la individualización y diversificación en las manufacturas. Esto no sólo es un fenómeno industrial, posee profundas raíces culturales y nuestra sociedad se debate en contradicciones similares. Vivimos la pesadilla del centralismo, de la uniformidad y la homologación. En efecto, los países del tercer mundo hacen desmedidos esfuerzos por alcanzar lo que en 1920 parecían metas adecuadas en los países industrializados: líneas de producción, contratación colectiva, educación uniforme, disciplina de trabajo, obediencia y puntualidad, repetitividad. Por el contrario la avanzada intelectual mundial clama por diversidad en los productos, individualización educativa, mejor calidad de vida, distribución horizontal del poder, organizaciones matriciales y flexibles (Tofler 8).

En fin, no sólo estamos en el umbral de un nuevo ciclo económico, estamos viviendo una revolución filosófica donde nuevas tecnologías como la informática y la electrónica, aunadas con viejas formas de controlar fenómenos y productos naturales, perfilan nuevas a interesantes formas de producir y de vivir.

La incorporación del tercer mundo a estas nuevas alternativas está esencialmente basada en la investigación y el desarrollo tecnológico, en el crecimiento y fortalecimiento de la capacidad local para dominar las nuevas tecnologías. Fijar criterio y definir prioridades en este particular no es fácil, pero por fortuna nuestro país también es rico en este tipo de iniciativa. Hay más de una forma de abordar el problema. Por ejemplo, Tirado y sus colaboradores (9) en 1984, clasifican las importaciones y en función de estas deficiencias sugieren un programa de investigación y desarrollo a largo plazo en áreas como metal mecánica, química petroquímica-carboquímica, agroforestal y campos de apoyo como sistemas y equipos electrónicos, telecomunicaciones y construcción. No difiere este enfoque de los documentos generados por el CONICIT en los últimos años; la UNCTAD (10) y autores como Blackledge (11) que alertan sobre la necesidad de que cada país en desarrollo analice y defina el potencial inmediato y futuro, en función de sus propias características, de cada avance tecnológico.

Sin embargo, cuando este mismo autor analiza los resultados de una encuesta

efectuada por ONUDI sobre el interés fundamental de los centros de I & D en países del tercer mundo, se hace evidente una situación compleja que no puede ser resuelta simplemente con documentos sobre política científica y tecnológica. El panorama puede resumirse en un marcado interés y una posición vanguardista en los centros donde los campos seleccionados son energía, electrónica, energía solar y eólica, microbiología y biotecnología, biomasa, etc., con identificación de ventajas comparativas reales en áreas como electrónica y en el desarrollo de algunas biotecnologías con raíces tradicionales. Tampoco están ausentes en estos centros la investigación de fronteras sin aplicabilidad a muy corto plazo, pero estimulantes y de gran valor heurístico, y esfuerzos dirigidos al dominio y soporte de viejas tecnologías.

El problema no está ubicado en enfoques anacrónicos o en ignorancia sobre lo que ocurre en el resto del mundo, está siempre localizado en limitaciones existentes para el adecuado desarrollo de los sistemas nacionales de ciencia y tecnología. Blackledge (12) cita los más relevantes:
(1) Ausencia de políticas bien definidas en materia tecnológica;
(2) Débiles o inexistentes programas de formación de recursos humanos a largo plazo;
(3) Escasa experiencia industrial de investigadores y tecnólogos;
(4) Ausencia de eficientes sistemas informativos;
(5) Débiles nexos entre centros de I & D y la industria;
(6) Escasa cooperación interinstitucional;
(7) Administración pública que alberga ineficiencia y repele a los individuos más competentes y
(8) Fallas en la Gerencia de C&T.

Este diagnóstico, repetimos, es muy parecido a las conclusiones que han llegado en Venezuela otros grupos de trabajo. Una o más de estas apreciaciones pueden ser encontradas en el Plan Nacional de Ciencia y Tecnología (12) elaborado por el CONICIT y en las recomendaciones del grupo de C & T de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (13).

Estos diagnósticos no distinguen entre tecnologías maduras y nuevas tecnologías. En efecto, para que unas y otras puedan desarrollarse en los países del tercer mundo se requieren políticas definidas, formación de recursos humanos de alto nivel, nexos fluidos entre centros de investigación y la industria, difusión a información sobre tecnología, cooperación interinstitucional, eficiencia en la administración pública y mejor gerencia de C & T. Quizás la diferencia fundamental sea de intensidad más que de táctica. En efecto, las nuevas tecnologías posiblemente requieren mayores inversiones en investigación y desarrollo y aquellas maduras demandan más recursos en planta física e infraestructura.

Estas generalizaciones son válidas tanto para los países del tercer mundo como para las naciones industrializadas. Así, la industria electrónica venezolana, actualmente en rápida expansión, destina una importante proporción de sus recursos a I & D alcanzando, en una muestra seleccionada de 20 empresas (Cañas y colaboradores 14), el 6 0/o de las ventas.

Esta situación puede determinar que algunas nuevas tecnologías no sean apropiadas. En Venezuela, como en otros países de ingreso medio de América Latina, vivimos en una sociedad híbrida, en un mosaico socioeconómico y cultural que cubre desde el neolítico hasta el industrialismo, con sectores de alta permeabilidad tecnológica y otros que requieren tecnologías autóctonas apropiadas en su entorno natural. En nuestro caso el círculo vicioso (mano de obra no calificada industria tradicional mano de obra no calificada) se puede romper con mayor facilidad que en países que fueron hasta mediados de este siglo colonias europeas o en otros donde las tradiciones locales determinan menor permeabilidad tecnológica y cultural. Venezuela cuenta con una amplia población de estudiantes a nivel técnico y superior, comparable con la que poseen algunos países industrializados: cuenta con recursos humanos formados en las tecnologías de punta y con un reducido, pero activo contingente de investigadores básicos; cuenta con una población profesional frecuentemente subutilizada y con tasas elevadas de sub y desempleo. En todo caso el rompimiento de ese círculo vicioso debe ser visto como una meta social y no como un simple y desalentador obstáculo. En síntesis consideramos que nuestro país puede, con un razonable y sistemático esfuerzo sumar a las ventajas comparativas que nos otorgan las riquezas naturales aquellas vinculadas a las nuevas tecnologías.

En el mundo industrializado las nuevas tecnologías, profundamente insertas en las actividades que colocamos bajo el título genérico de “servicios”, están liderizando las nuevas fuentes de empleo masivo. En los Estados Unidos (15) el sector fabril tradicional apenas generó en 1986 unos 200.000 nuevos empleos y en Alemania se analiza con preocupación los ajustes futuros que se requieren. para reubicar unos 80.000 trabajadores que quedarán cesantes (16) en los próximos años por la crisis siderúrgica. Entre 1982 y 1986 la industria tradicional norteamericana generó algo más de 1 millón de nuevos empleos, menos del 10 0/o de los 12 millones de nuevos puestos de trabajos abiertos en esos años.

En los países del tercer mundo el proceso “tradicional” de industrialización no parece haber modificado profundamente la estructura social del empleo, Así, Tokman (17) señala que el “sector informal” de la economía, incluyendo al servicio doméstico, no ha cambiado notablemente en 30 años en América Latina (30,5 % en 1950, 29,4 % y 29,8 % en 1960 y 1980, respectivamente). Por el contrario, en los países que llegaron temprano en la era industrial se observó un cambio substancial a comienzos del siglo XX. En los Estados Unidos, por ejemplo, el sector informal de la economía cubría en 1900 al 33,5 % de la fuerza laboral y para 1920 se había reducido al 20 %. Ahora bien, es más simple incorporar el sector informal donde la fuerza laboral femenina es dominante a las nuevas tecnologías que hacerlo a industrias basadas en tecnologías maduras. En Venezuela conocemos ejemplos, como el ensamblaje de tarjetas de circuito impreso (soldadura e inserción de componentes) realizado a domicilio por amas de casa con gran eficiencia en una relación satisfactoria para el industrial y para las mujeres que encuentran conveniente trabajar en sus hogares.

Otras ventajas indiscutibles de las nuevas tecnologías es que plantean menos riesgos laborales. Esto es importante en nuestros países, por ejemplo en América Latina, a pesar del poco confiable registro estadístico, ocurren entre 15.000 y 20.000 accidentes fatales por año (O. I. T., Mesa Redonda sobre Prevención de Riesgos Industriales) (18), buen número de ellos en la minería a industria tradicional fabril.

Tenemos, en síntesis no menos de cuatro ventajas laborales en las nuevas tecnologías: mayor participación de la mujer, cierre de la brecha laboral, menor número de accidentes y aprovechamiento de las características de la economía informal. Queda en pie sólo una desventaja: la substitución de mano de obra menos calificada por aquella más adecuada a las nuevas tecnologías y la misma puede transformarse en una ventaja si el Estado se plantea como meta la superación educativa de la población.

En esta apología de las nuevas tecnologías no vamos a sostener en forma simplista que éstas, por sí solas y como parte de un proceso natural, van a resolver los graves problemas de desempleo y de crisis económica. Tampoco pueden ser el único instrumento para salir del subdesarrollo. Nos sentimos de acuerdo con Freeman y sus colaboradores una vez más: “No estamos sugiriendo que las políticas tecnológicas aisladas sean capaces de resolver los problemas sociales, políticos o económicos fundamentales... pero si creemos que las políticas tecnológicas bien concebidas son un ingrediente en cualquier estrategia diseñada para combatir la crisis gemela del desempleo y la inflación.

Esta convicción está basada en realidades históricas y una de ellas es que los períodos de expansión económica en el mundo occidental, y ahora también en oriente, se han caracterizado por nuevas industrias y nuevos sistemas tecnológicos que generan muchos empleos (uso intensivo del factor trabajo) y que luego al madurar, la estandarización y los cambios organizativos reducen la demanda de empleo y hacen intensiva la demanda de capital.

Carecemos de espacio para exponer en detalle las múltiples opiniones que han surgido en años recientes sobre la aplicabilidad de nuevas tecnologías en países en vías de desarrollo, pero las aquí expuestas representan una síntesis razonable del consenso general. Es apenas lógico que la inversión del pasado y los abundantes recursos naturales que amparan esas políticas nos obliguen a realizar un esfuerzo sostenido para preservar o lograr nuevas ventajas (Carrasquel, 19), pero también es conveniente diversificar nuestras inversiones y crear una base económica más heterogénea y flexible. Tal estrategia, que implica aumentar nuestro dominio sobre nuevas tecnologías, ampliaría nuestras opciones en la ruta hacia el desarrollo.

Nuestro país está ubicado en un punto de partida privilegiado en relación a otros países del tercer mundo: recursos humanos calificados, una renta petrolera básica, población urbanizada, mezcla cultural, parque industrial incipiente, universidades y centros de investigación, recursos naturales diversos y abundantes, una pequeña población sobre una amplia geografía... las nuevas tecnologías nos ofrecen una nueva oportunidad, una coyuntura histórica que debemos aprovechar.

E1 Instituto de Ingeniería, organización adscrita al Ministerio de Fomento (Industria y Comercio) nos permite ilustrar algunas de las consideraciones previas. Gracias a los programas de formación de recursos humanos desarrollados por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas, las Universidades Nacionales y el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, el país contaba a fines de la década de 1970 con un pequeño pero bien formado contingente de investigadores en diversas áreas de la electrónica, informática, telecomunicaciones y tecnologías diversas en áreas como metal mecánica y metalurgia. Esto permitió, en 1982, crear el instituto de Ingeniería con el fin específico de atender la demanda tecnológica en ciertas áreas previamente seleccionadas.

La inserción de un Instituto como el nuestro en el mundo industrial no ha sido fácil. Las rutas divergentes seguidas por el sistema científico y tecnológico y la industria han determinado un profundo divorcio entre la oferta y la demanda de servicios, asesorías y proyectos. Sin embargo, al cambiar nuestra estrategia, identificando primero la demanda y plegando nuestros intereses más académicos a las necesidades de la industria hemos logrado un cierto grado de penetración o aceptación que se refleja en los ingresos propios generados en los últimos cuatro años .

El Instituto posee programas orientados a la Industria y los Servicios Públicos: Prospección Remota Aplicada, Tecnología de Materiales, Telecomunicaciones a Informática y Diseño y Construcción de Componentes, Sistemas y Equipo. Estos cuatro programas nos han permitido interactuar con más de un centenar de empresas públicas y privadas, y realizar servicios, asesorías y proyectos en áreas como fibra óptica, telecomunicaciones digitales, circuitos híbridos, control de calidad, investigación de siniestros y análisis de fallas; catalizadores y aleaciones; diseño y elaboración de protocolos de manufactura de partes y piezas; cartografía automatizada, imágenes satelitarias y sistemas de información geográfica; diseño y construcción de equipos ad hoc en el área de automatización industrial; fuentes alternas de energía, sensores, etc.

Evidentemente nuestra historia es aun demasiado breve para poder llegar a generalizaciones de elevado valor estadístico. Sin embargo, es posible señalar que el país posee una enorme demanda, real y reconocible, en el universo de las nuevas tecnologías. El sector industrial, público y privado, así como los servicios públicos se encuentran bajo una severa presión económica que los conmina a “mirar hacia adentro” en busca de soluciones locales de diversa índole. Automatización de la planta industrial preexistente, control de calidad, mantenimiento preventivo. rápido y eficiente manejo de la información. ampliación y modernización de los servicios públicos y otras exigencias de un país pequeños, fuertemente urbanizado, con un nivel intermedio de ingreso y aspiraciones de industrialización.

Nuestro Instituto se plantea como estrategia general crecer y sobrevivir a través del dominio de nuevas tecnologías llevando a la práctica cotidiana los planteamientos y suposiciones que han ilustrado la primera parte de esta ponencia.

REFERENCIAS

  1. FREEMAN, C., CLARK, J. y L. SEOTE, (1982).Unemployment Technical Innovation. F. Pinter Publ., London.
  2. PEREZ, Carlota, (1985). Hacía una Estrategia de Desarrollo Integral del Sector Electrónico en Venezuela. Proyecto CONDIBIECA ONUDI, VEN 80/003, Mimeogr.
  3. MACHADO ALLISON, C. E. y P. ES QUEDA T., (1987). Reflexiones sobre Investigación y Desarrollo en Venezuela. Ediciones del Instituto de Ingeniería, Caracas, Venezuela.
  4. REY, J. C., (1980). Problemas Socio Políticos de América Latina, Ateneo de Caracas, Ed., 336 p.
  5. LICHA, I. y R. BALDERRAMA, (1986). Nuevas Tecnologías, CENDES, Mimeogr.
  6. ONUD1, (1985). La Industria Mundial en el Decenio de 1980: Cambio a 1nterdependencia Estructurales, Nueva York.
  7. CHUDNOVSKY, D., NAGAO, M. y S. JACOBSON, (1983). Capital Goods Production in the Third World. F. Pinter Publ., London.
  8. TOFLER, A., (1980). La Tercera Ola. Plaza y Janés Ed. Bogota, Colombia, 532 pp.
  9. TIRADO, G. MEDINA, E. y M. GENOVA, (1984). Ideas para un Programa Nacional de Desarrollo Tecnológico. 16. CONDIBIECA, Mimeogr.
  10. UNCTAD. (1980). Strenghtening the Technological Capacity of the Developing Countries Including Accelerating their Technological Transformation. TD/B/C 6.60.
  11. BLACKLEDGE, J. P., (1983). Status of Technological Institutions and Structures in Developing Countries. UNIDO. ID/WG/401/1.
  12. CONICIT, (1986). Plan de Acción de Ciencia y Tecnología 1986 1988. Ciencia y Tecnología de Venezuela, 3: 1 191.
  13. COPRE, (1987).La Inserción de la Ciencia y de la Tecnología en el Estado venezolano. Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, COPRE, Mimeogr.
  14. CAÑAS, M., MARTINEZ, F. y P. ESUEDA (en prensa). Estado actual de la Electrónica en Venezuela.
  15. ANONIMO, (1987). Manpower Argus, No. 218, Junio, 1987.
  16. DIARIO EL UNIVERSAL, (1987). Septiembre 23, 1987, Caracas, Venezuela.
  17. TOKMAN, V. E., (1982). Desarrollo desigual y absorción de empleo. América Latina (1950 80). Revista de la Cepal, 17: 128 141.
  18. CEPAL/ONUDI, (1986). Industrialización y Desarrollo Tecnológico. Informe No. 3, ONU, Santiago de Chile, 1986.
  19. CARRASQUEL, R. A. y A. DIAZ, (1987). Estrategia Siderúrgica Venezolana frente a las Restricciones de1 Mercado Internacional del Acero. Sider. Latinoamer., 327: 45 52.

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