Espacios. Vol. 14 (1) 1993

Taxonomia empresarial y política industrial: Los efectos del ajuste estructural en la cultura tecnológica de las empresas

Entrepreneurial taxonomy and industrial policy: The effects of estructural adjustment in the technological culture of firms

Arnoldo Pirela


I. Una taxonomía de la industria química venezolana al final del modelo proteccionista: la flor y nata de los ornitorrincos.

Como señalamos en la introducción, los objetivos principales del trabajo realizado en 1988 se relacionan, primero, con la necesidad de explicar en un sentido más completo y útil el significado del llamado fenómeno de las “innovaciones menores”, particularmente en empresas de países sin capacidad para producir “innovaciones mayores” (Kats, 1984) y atendiendo a los aspectos derivados de las determinantes tecnológicas de cada sector o rama de la industria. Todo ello considerando una industria “joven” y un contexto macroeconómico, como el venezolano. Es decir, un proceso económico y de desarrollo industrial que creció y evolucionó sin mayores obstáculos y dentro de una misma línea de estímulo a la inversión, proteccionismo y permisividad durante algo más de cincuenta años. El segundo objetivo era hacer “taxonomía”, es decir, clasificar de la manera más precisa posible a las empresas del sector químico de Venezuela por sus capacidades y potencialidades innovativas, de modo de facilitar el análisis sectorial y la elaboración de propuestas diferenciadas intrasectorialmente.

El primer objetivo se logró desagregando el concepto general de “innovación menor” para entenderlo como un proceso de adquisición de experiencias específicas, vía la realización de actividades claves del manejo de la tecnología. A ese proceso lo asimilamos dentro de un concepto de “aprendizaje tecnológico”. Esas actividades o “pasos”, los cuales no necesaria o inevitablemente están determinados por una secuencia lógica o natural, son los siguientes: a) Búsqueda de información especializada sobre alternativas tecnológicas, b) Negociación y contratación de tecnología, c) Desarrollo de nuevos productos, d) Diseño de procesos (y capacidad de diseño) e) Adaptaciones o modificaciones a repuestos y maquinarias, y f) Fabricación propia de equipos y partes.

Un aspecto importante para entender el concepto de aprendizaje tecnológico es pensar que estas son actividades diferenciadas, con aplicación a cualquier sector o rama industrial, pero donde el peso de cada una de ellas varía según las especificidades tecnológicas de cada uno, incluyendo los aspectos relativos a las tendencias tecnológicas del momento.

En el caso de la industria química decíamos, por ejemplo, que para 1988-89 las adaptaciones y modificaciones a repuestos y maquinarias, así como la fabricación propia de equipos y partes, no necesariamente indicaban procesos de aprendizaje tecnológico con capacidades y potenciales innovativos para las empresas involucradas en estas actividades, salvo cuando ellas estaban directamente vinculadas con actividades de desarrollo de nuevos productos y diseño de procesos o cuando se referían a equipos de alta complejidad tecnológica, como los de control de proceso. De lo contrario, estas actividades, en el caso de la industria química venezolana, donde encontramos una experiencia muy alta en estas actividades, en todo tipo de empresas; decíamos que ellas se correspondían con problemas derivados del contexto especial venezolano y su largo proceso de evolución.

Señalábamos que este hecho se relacionaba con la desconfianza en la subcontratación y los problemas de calidad y escasez de suministro de repuestos y partes. Ambos problemas tienen un fuerte carácter estructural en Venezuela, debido al escaso desarrollo y el tamaño del mercado. Pero, las dificultades con repuestos y partes tenía una tremenda fuerza coyuntural, debido a los mecanismos de control de cambio existentes entre los años 83 e inicio del 89.

Finalmente señalamos, con relación a los resultados de la encuesta del 88, que el aprendizaje tecnológico, aún con un mismo nivel y tipo de experiencias acumulada, diferiría de manera significativa entre unas empresas y otras. Difería de acuerdo con la complejidad y nivel de desarrollo de la estructura organizativa de la empresa y, en particular, con los mecanismos que podían hacer perdurar de manera sistemática ese aprendizaje, e incorporarlo como parte integral, permanente y reproducible de la “Cultura Tecnológica” de la empresa. Nos referimos en particular, para el caso de la industria química, en tanto que sector intensivo en conocimiento, a la existencia o no de estructuras o unidades formales de Investigación y Desarrollo o de esas actividades desarrolladas de manera sistemática en otra u otras estructuras formalizadas, estén centralizadas o no dentro de la empresa.

El segundo objetivo del trabajo realizado con los datos del 88, se logró al construir una taxonomía de la industria química venezolana, usando para ello un método de análisis estadístico multifactorial (Análisis Factorial de Correspondencia: a partir de ahora AFC) con algunas adaptaciones de desarrollo original por nuestro equipo. (4) Se consideraron diecisiete variables principales y once complementarias, todas de carácter cualitativo y agrupadas en consideraciones a cuatro grandes aspectos directamente vinculados a la gerencia de tecnología en la empresa.

Dos grupos de variables que destacaron por su capacidad para diferenciar unas empresas de otras son, por una parte, el conjunto de vinculaciones técnicas que cada empresa establece con otras empresas nacionales o extranjeras y con universidades y centros de investigación, para la realización de diversas actividades de aprendizaje tecnológico o para el establecimiento de contratos de asistencia técnica o representación de marcas y patentes. Por la otra, se trataron las variables que determinan el nivel de aprendizaje tecnológico que la empresa alcanza y el grado de formalización que le imprimen a ese proceso; ello por la vía de mantener estructuras de Investigación y Desarrollo e Ingeniería o “capacidad de diseño”, como la llamamos.

Los dos últimos grupos de variables se refieren: uno, a los factores motivadores de las innovaciones realizadas por las empresas, y el otro, a los problemas que los dueños, gerentes o directivos identifican como obstáculos para el desarrollo de la empresa. Estos dos conjuntos de variables, a diferencia de los anteriores, no aportaron gran fuerza diferenciadora a la hora de construir la taxonomía, pero fueron muy útiles para probar la consistencia del método y para identificar matices muy interesantes de la conducta tecnológica de cada tipo de empresas. En particular aportaron evidencias sobre la fuerza de la cultura tecnológica de la empresa “vis-a-vis” la influencia específica del contexto en un momento dado.

En análisis de ese juego de variables nos indicó que las vinculaciones para desarrollo de nuevos productos y el diseño de procesos con empresas extranjeras, se presentaban en 1988 como las variables que con más claridad señalaban las diferencias entre los distintos tipos de empresas del sector químico en Venezuela. La conducta tecnológica más común que podíamos identificar en las empresas, dentro del contexto imperante hasta antes de la muerte de RECADI, era, de manera simultánea, diversificar, flexibilizar e integrar verticalmente la producción. Ello con el apoyo de información especializada y con “inteligentes” negociaciones de tecnología, en la mayoría de los casos. Además, muchas de las empresas se habían involucrado en importantes actividades de diseño y rediseño de procesos, en gran medida orientadas por necesidades de integración vertical.

En definitiva, estábamos en presencia de un sector industrial que, no obstante los altos niveles de protección, aprendió a manejar la tecnología adquirida y construyó una cierta capacidad de producción “flexible”. Esta característica, señalábamos, posee una interesante correspondencia con las tendencias mundiales en este campo, en particular las que se derivan de los modernos sistemas de producción flexible, sobre todo para químicos de especialización.

Metafóricamente identificábamos con “ornitorrincos” a las empresas del sector, ello para dar una idea de la super adaptación de nuestras empresas a condiciones muy especiales que habían evolucionado durante un período muy largo. En pocas palabras, la consolidación de una cultura de la empresa donde la tecnología no era considerada un factor de competencia, sino un mecanismo para seguir produciendo, para aprovechar, de la mejor manera posible, las oportunidades que creaba un pequeño mercado en constante proceso de sofisticación del consumo y como signo de prestigio: la “I&D de corbata”.

Decíamos que no sólo se trataba de empresas que habían desarrollado una alta eficiencia para vivir en este medio, sino que, no obstante las condiciones desfavorables y poco estimuladoras al desarrollo de capacidades y potencialidades tecnológicas, habían construido una Cultura Tecnológica con importantes potenciales innovativos y competitivos. En este sentido, su cultura tecnológica, esa especie de “código genético” para la innovación, tenía grandes potenciales en la medida que no contradecía, sino que, por el contrario, se orientaba en la dirección de uno de los más importantes elementos de la estructura de las empresas más competitivas dentro del llamado “nuevo paradigma” de la gestión, este es: la producción flexible.

Ahora bien, ese “código genético”, esa cultura tecnológica y la conducta que de ella se deriva, debía y podía ser protegida y estimulada para evitar su destrucción o estancamiento, particularmente durante el período más duro de la apertura y ajuste. En pocas palabras no se podía pretender que los “ornitorrincos” se adaptaran a un ambiente completamente nuevo, durante un período de recesión y además “aprendieron a bailar pegado” con la tecnología.

El reto para las empresas era pues, al momento de iniciarse el proceso de apertura económica y ajuste estructural, por una parte, elevar el nivel de especialización y valor agregado en conocimiento de los productos que fabricaban; lo que implicaba fortalecer la capacidad de innovación en productos pero pensando en mercados extranjeros y productos más especializados. Por la otra, avanzar desde una práctica de producción flexible, para responder a mercados pequeños y protegidos, hacia la empresa flexible y altamente innovadora en lo tecnológico y en lo organizativo, con el objeto de dar respuestas más integrales y elaboradas a problemas más complejos, y a mercados más distantes, más grandes y crecientemente sofisticados.

Para que este proceso avanzara a mayor velocidad y eficiencia, decíamos, debía correr sobre mecanismos muy amplios y variados de vinculación técnica o “alianzas estratégicas”, como está en boga llamarlas hoy; aprovechando la experiencia acumulada por las empresas en materia de negociación de tecnología y gestión de estructuras de Investigación y Desarrollo. Durante el proceso se debía evitar, tomando en cuenta que el ajuste estructural se hacía en medio de una recesión, poner a las empresas en el trance de reducir su inversión y actividad en I&D e incluso desmantelar esas estructuras para responder a las necesidades de subsistencia económica.

En ese asunto, por supuesto, el Estado y su capacidad de coordinar y concertar acciones, tenía un rol muy importante que cumplir. El Estado debía ser el catalizador de este proceso, abriendo la economía pero estimulando la conservación y el fortalecimiento de estos aspectos de la conducta tecnológica de las empresas, cuya destrucción es sencilla y violenta cuando los objetivos principales de la empresa en el corto plazo están amenazados, pero son muy difíciles o demandan una evolución de largo plazo para ser construidos o reconstruidos.

Ahora bien, es obvio que no todas las empresas tenían ese potencial genérico. Otro grupo de empresas (cerca de 34%), en su mayoría pequeñas, muchas de ellas no vinculadas a los grupos más importantes, empresas monoproductoras de bienes con tecnología muy madura. Empresas cuya conducta tecnológica se concentraban, como consecuencia de una pobre cultura tecnológica y de las condiciones creadas por los mecanismos de control de cambio, en una actividad tecnológica limitada por la atención a las adaptaciones y modificaciones a repuestos y máquinas y en la fabricación propia de equipos y partes. Estas empresas sólo acusaban una escasa experiencia en los otros pasos del aprendizaje tecnológico y una débil capacidad innovativa, en particular cuando el asunto en cuestión significaba involucrarse en desarrollo de nuevos productos y diseño de procesos.

En consecuencia, parte importante de la experiencia tecnológica que desarrollaban no sólo era en algún sentido intrascendente para una empresa del sector químico, con actitudes y posibilidades competitivas en el plano tecnológico, sino que además, lo que hacían no generaba un verdadero aprendizaje tecnológico. No poseían estructuras organizativas capaces de construir una memoria tecnológica y daban la apariencia de tener pocas posibilidades de transformar esa actividad innovativa menor en un potencial competitivo dentro de una economía abierta. En muchos casos, comprobamos que se trataba de empresas dedicadas a la importación de algunos productos listos o casi listos para la venta. La actividad productiva se limitaba, entonces, a envasar directamente o después de realizar alguna mezcla sencilla.

Las empresas en esta estrategia, a la cual llamamos de “mantenerse produciendo”, no desarrollaban verdadero aprendizaje tecnológico o él era perecedero y poco relevante, con una actividad técnica dirigida básicamente al “trouble shooting” y al mantenimiento correctivo, con poca actividad innovativa, fundamentalmente orientada, insistimos, a la realización de pequeñas modificaciones a repuestos y máquinas.

Este grupo de empresas, obviamente minoritario, estaban más en línea con el estereotipo reconocido por la literatura tradicional sobre la empresa industrial de nuestros países. Ciertamente estas características responden a muchos de los criterios o prejuicios que se han usado para describir en forma genérica a todas nuestras empresas venezolanas y “su gerencia” (Naim, 1989). Y, lo lamentable hoy, es que fue esa literatura la que sirvió de soporte “ideológico” a lo poco que de política industrial se hizo en Venezuela durante los últimos cuatro años.

El rol que al Estado le tocaba jugar con relación a estas empresas no tenía ni debía ser esencialmente diferente. Se trataba de presentar opciones y, particularmente, diversos instrumentos capaces de promover: a) esfuerzos por establecer vinculaciones técnicas y alianzas estratégicas con otras empresas o instituciones, fortaleciendo su capacidad de negociación de tecnología; b) desarrollo de una capacidad propia de I&D con un alto nivel de formalización dentro de la empresa o grupo de empresas y; c) desarrollo de una actividad de diseño de productos y procesos orientados hacia químicos de especialización y mayor agregado de conocimientos; d) desarrollo de acciones de educación, entrenamiento, capacitación de los recursos humanos con el objeto de crear mercados internos de trabajo y experiencias de aprendizaje organizacional para aumentar la productividad. En conclusión, se trataba de promover una conducta tecnológica más acorde con las necesidades del sector y de la competencia.

Para terminar esta primera parte, y para efecto de la comparación con la situación actual, vamos a presentar un apretado resumen de las principales características de cada uno de los tipos de empresa que identificamos en la industria química en 1988. Una cosa es importante señalar antes de entrar en los detalles. En 1988 no encontramos diferencias significativas, en cuanto a los problemas técnicos que crean dificultades en el desarrollo de las empresas, entre los distintos tipos que conformaron la taxonomía. En consecuencia, como señalamos al principio, se demuestra que las llamadas determinantes macroeconómicas que operaban hasta 1988, precisamente esas que cambiaron en febrero del 89, afectaban casi por igual a todas las empresas, no importa el tipo. Lo que las diferenciaba, en suma, era su fuerza interna, su cultura tecnológica y la forma como solucionaban los problemas o como se comportaba cada una, de acuerdo a los distintos tipos de empresas, de acuerdo con su cultura.

Este hecho, decíamos al presentar los resultados de la encuesta del 88, era útil tomarlo en cuenta a la hora de las “observaciones” con los equilibrios macroeconómicos. Si bien estos son imprescindibles, también es ineludible una bien informada, efectiva y concertada política industrial y tecnológica, si se desea transformar o reconvertir a la industria, como era la palabra en moda hasta hace poco. Es decir, se necesitaba actuar sobre la economía “real”, sobre la estructura de producción de bienes y servicios, y no solamente sobre la que responde por los flujos financieros.

Veamos pues, de manera muy resumida, los perfiles que identificamos para 1988:

Perfil I: EMPRESAS ACTIVAS. Incluía 28 de las 119 empresas analizadas, las cuales representaban, en diversos grados, lo que llamamos “la flor y nata de la industria química venezolana”. En su mayoría se trataba de empresas del sector básico o intermedio y, es de destacar, la presencia de un buen número de empresas dedicadas a la producción de resinas. Por otra parte, eran firmas en promedio mayores en tamaño que las demás. Estas empresas poseían capacidad de diseño y experiencia considerable en todos o casi todos los pasos del aprendizaje tecnológico, incluyendo adaptación y modificación propia de partes y equipos. Este último dato es perfectamente consistente con el hecho de que todas estas empresas se ubicaban en la estrategia general de atención al desarrollo de nuevos productos. Recordemos que la atención a los equipos, al punto de involucrarse en su fabricación, era, como señalamos, una consecuencia de los problemas coyunturales que generó RECADI.

Las vinculaciones técnicas externas de estas empresas eran muy amplias y completas, en particular para desarrollo de nuevos productos, casi por igual, con universidades y con empresas nacionales o extranjeras. Mientras que para desarrollo de procesos y asistencia técnica, preferían vincularse a empresas extranjeras o nacionales.

Perfil II: EMPRESAS ATADAS TECNOLOGICAMENTE AL EXTRANJERO. Incluía a 22 empresas. Estas empresas se caracterizaban por su extensa e intensa vinculación con empresas extranjeras para desarrollo de nuevos productos, para diseño de procesos y para asistencia técnica. En su mayoría se trataba de empresas fabricantes de productos de consumo masivo, muy pocas del sector básico; están aquí cuatro de las seis productoras de jabón que estudiamos. En su mayoría son empresas pequeñas pero hay 5, del total de 22, con más de 200 trabajadores.

Perfil III: EMPRESAS PASIVAS. En este grupo encontramos 19 empresas, muchas de ellas monoproductoras de bienes con tecnología muy madura. Estas empresas eran en diversos sentidos las empresas más atrasadas desde el punto de vista de su capacidad innovativa, su nivel de desarrollo del aprendizaje tecnológico, sus mecanismos de vinculación técnica externa y su estructura organizativa. En definitiva, parecían las menos preparadas para enfrentar exitosamente los desequilibrios tecnoeconómicos que supuestamente provocaría la apertura económica.

Estas empresas estaban mal informadas, carecían casi por completo de experiencia en desagregación de paquetes tecnológicos, hacían muy poca adaptación o fabricación de equipos y en relación a desarrollo de productos y diseño de procesos tenían una significativa menos experiencia que el resto.

Perfil IV: EMPRESAS “AUTARQUICAS”. Aquí encontramos 24 empresas, la mayor parte de ellas dedicadas a la producción de químicos básicos y auxiliares. Estas empresas se caracterizaban por la ausencia casi total de vinculaciones técnicas externas; por ello las calificábamos de “autárquicas” y, por ende, en gran medida con importantes obstáculos para responder eficientemente a desequilibrios técnicos externos.

Llamábamos particularmente la atención sobre este tipo de empresas, en términos del diseño general de política, pues muchas evidencias de otros estudios en otras ramas así lo indicaban, y en otros casos sospechábamos, que muchas de sus características podían verse en empresas de otros sectores de la industria venezolana. Estas empresas, se podría decir, son expresión típica de la industrialización venezolana. Son unidades productivas que durante un período muy largo tuvieron éxito en su proceso de adaptación a las condiciones impuestas por el patrón de industrialización venezolano, pero estaban cargadas con debilidades claves para enfrentar el nuevo ambiente.Esto es, empresas que se desarrollaron en mercados cautivos, estructuras oligopólicas y proteccionismo estatal, todo ello típico también del resto de América Latina. Pero, no obstante lograron desarrollar niveles importantes de aprendizaje tecnológico, aún ante el desestímulo del modelo tradicional antes anotado.

El problema central era, que estas empresas carecían de una estructura de vinculaciones técnicas externas capaz de construir un efectivo proceso de transferencia de tecnología y modernización, acorde con las nuevas necesidades. Es decir, empresas con una cultura tecnológica con niveles interesantes de comprensión de la variable tecnológica como factor de competencia, pero que habían optado por responder a esos problemas contando de manera casi exclusiva con sus propias, débiles y sobre todo con deficientes y limitados sistemas y mecanismos para obtener información especializada y por tanto desarrollo de buenas capacidades tecnológicas y de innovación.

Por eso hemos llamado la atención sobre el “efecto ornitorrinco”, a saber: el proceso de destrucción o debilitamiento de las mejores capacidades de estas empresas sobreadaptadas, cuyas reglas de juego cambian repentina y radicalmente. Señalábamos que una acción de apertura económica y simultáneo ajuste estructural ante inflación y deuda externa, sin mecanismos claros de política industrial y tecnológica, podía tirar por la borda un amplio acervo tecnológico de indudable utilidad. A nuestro modo de ver, la llamada industrialización “hacia adentro” o “sustitutiva” en América Latina, con todas sus fallas, quizás fue la única posible. Por tanto, existía el peligro que un nuevo dogmatismo, esta vez de signo contrario y en nombre de la libertad de mercado, pudiera desconocer y, lo peor, destruir los frutos de ese proceso, para epezar nuevamente de cero.

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